Por Alexis Cares, director de Altorque.com
Ni su barba ni rasgos viriles alcanzan para disimular el quebranto. Juanfran llora, une las palmas en un gesto de súplica y pide perdón a su gente. El llanto ya supo amanecer desde sus vísceras hasta su cara y los rayos de ese dolor y lágrimas que son pasión pura se cuelan por cada poro de cada hincha del Atlético Madrid que peregrinó hasta el milanés estadio de San Siro, allí donde el archirrival madridista sumó su undécima Orejona.
Los merengues gritan y celebran con Cristiano Ronaldo, Zidane, Ramos y miles de los suyos en el otro lado de la cancha. Los caídos, a su vez, secan el líquido salado que brota desde la mirada conmovedora de Juanfran, el hombre que estrelló en el palo aquel penal de todo o nada.
¿Le faltó innovar de alguna manera al equipo del argentino Simeone para cambiar una suerte que ya los había atragantado hace dos años en Lisboa y ante el mismo adversario? Innovación que emociona, dicen desde Nissan, una firma de autos que se propuso ir mucho allá de las ventas y los números, porque descubrió, hasta con fórmula científica de por medio, que son los sentimientos la clave de lo que atrapa y empuja hacia estados que muchos creen imposible. Nissan, auspiciador de la Champions League… Suena hasta frío, pero trasciende por este foco que la gente de Japón coloca mucho más allá de sus plantas ensambladoras y locales de ventas y justo en la antesala de presentaciones tan importantes como la nueva Murano o el nunca antes visto Nissan Kicks.
Y es justo en medio de un anunciante que cree en la emoción y unos jugadores guerreros que combaten con el aliento exánime del más débil, donde me apersono en esas tribunas como un testigo fervorosamente anónimo y maravillado.
Quería saltar a la cancha a darle un puñetazo al madridista Pepe a ver si cae tan falazmente fulminado como cuando un rival le palmotea la cara en señal de hombría y de un “sigamos”… Quería mirar a Clarence Seedorf, acomodado tras los ventanales de un elegante palco, y ver apagada su sonrisa porque estoy seguro de que estaba con su ex Real Madrid, con quien acumuló buena parte de la gloria que también traía desde el Ajax y que regó por ese pasto de Milán que mucho conoció y donde completó sus cuatro Orejonas…
Había tenido la fortuna, como periodista, de estar poco antes en un encuentro de prensa con Seedorf, embajador de Nissan, me puse a su lado, esquivé el protocolo y lo saludé con honesto honor y respeto, le dije que venía de Chile y con esa misma sonrisa que vio celebrar nuevamente al Real Madrid, me habló con afecto sincero de Iván Zamorano, que se habían visto hacía poco y que no necesitaba un motivo especial para encontrarse con el Pichichi porque eran amigos…
Quería ver celebrar a los del Aleti, que ya me habían inoculado el virus contagioso de su pasión con aquellos cánticos cerca de la catedral del Duomo, en las estaciones del metro milanés, en los bares donde por poco se toman la cerveza de toda la ciudad, esa ciudad donde Miguel Ángel, hace cientos de años, vivió los 25 calendarios más creativos de su existencia inacabable… Quería, como casi toda mi vida, que ganaran los de abajo… Quería y sigo queriendo…
Quería estar ahí y Nissan, sabiéndome genéticamente futbolero, me puso la carnada para hacer un alto a lanzamientos, pruebas y caballos de fuerza, para que me entregara a la catarsis de los sentimientos que este deporte nos descarga. Porque allí, desde la pichanga de barrio más humilde e ignota hasta la final de la Champions League, el corazón es el mismo, con su latido de victoria que sabe a dulce y donde las lágrimas de los vencidos sazonan todo de amargo.
Quería, acaso como arrastrado hasta un confesionario a ratos incómodo, reencontrarme con mi fútbol amado y traicionado. Y, enhorabuena, esta marca de coches japoneses comprende y procesa desde hace rato la conexión de las emociones que son capaces de unir un balón de fútbol, un auto familiar, una estrella del balompié planetario y a un hombre común que voló desde la tierra más alejada del planeta para vivir con su alma y su carne una fiesta mundial donde también está de invitado el amor.
Quiero ser sincero y reconocer que “innovación que emociona” me parecía un perfecto y bonito eslogan, pero un eslogan más… Y quiero reconocer ahora, de regreso a Chile, cuán equivocado estaba.